Si Rafaela Carra se apareciese en Moratalaz vestida con su icónico mono amarillo y descubriese este jardín, no tardaría ni cinco minutos en llamar a su cuerpo de baile para montar una coreografía bajando las escaleras que desde la calle invitan a adentrarse en este plató de la biodiversidad. Quizás el estribillo de la canción sería algo así como “ para hacer bien la jardinería vecinal hay que venir al sureste"
Tanbién a Sorrentino se le ocuriría alguna escena onírica o
poética, ¿un baile a lo “La gran belleza” de los jardineros
municipales del Ayuntamiento embriagados por el champán y la
ausencia de setos y praderas de césped?
En realidad, no hace falta soñar ni fabular, este jardín existe y podría recorrerse con un travelling. Empezaríamos bajando las escaleras, zigzageando entre rosales y frutales. Seguiríamos por el parterre situado frente al portal del edificio de viviendas, ralentizando el paso para observar con detalle los alcorquers de piedras que abrigan las diferentes especies. A continuación giraríamos a la derecha, dibujando una L, pues el jardín se extiende imitando el movimiento del caballo sobre el tablero del ajedrez.
Su escenografía es obra de una vecina que hace tres años empezó a salpicar con plantas la franja de terreno de esa L que se encontraba en no muy buen estado. Luego el caballo salto a las zonas situadas a ambos lados de las escaleras.
Su mantenimiento y conservación tiene una segunda parte. Otra persona empezó también a “meter mano al jardín” hace un año y las desavenencias en el nuevo concepto de jardín terminaron por retirar de la escena a la primera vecina.
Ya sabemos que los duetos en el arte a veces acaban mal: Los hermanos Gallagher, las azúcar moreno. Esperamos que vuelvan a juntarse, o quizás, que una nueva generación siga subiendo escaleras para llegar al cielo de la jardinería vecinal.
